La rica historia del Jockey Club de Córdoba atesora grandes momentos. Con protagonistas que marcaron el rumbo y dejaron un sello en el club de la herradura. Estos son algunos de los testimonios y anécdotas de los que forjaron “ese sentido de pertenencia” y representaron con su cuerpo y esfuerzo a la institución cordobesa.
Martín Viola es uno de los referentes del Jockey. No sólo por lo que hizo en su época de jugador, sino por todo lo que representa en la actualidad, como símbolo. Así como lo demostró en su carrera dentro de la cancha, también lo dejó en claro como dirigente del equipo de Barrio Jardín.
La carta “Ganamos todos” que escribió para toda la comunidad de Jockey una vez disputada la final del Nacional de Clubes B 2017, pinta de cuerpo entero el sentir de un hombre bien del riñón del rugby. Este es uno de los párrafos que describe el espíritu del juego más allá de los resultados: “El último sábado en cancha del Club Atlético de Rosario no fue un día más para nuestra institución. Fue un día que debe quedar en la memoria de todos los integrantes del JCC por varios motivos. Jugar una final de un Nacional de Clubes no es algo que se consigue todos los días. Llegar a instancias decisivas no es producto de la suerte o la casualidad, sino del esfuerzo, trabajo, preparación y sobre todo la capacidad por hacer, por eso, ya habíamos ganado antes de disputar el encuentro. Tuvimos un gran rival que demostró en 80 minutos tener el carácter y la inteligencia que se necesitan para ser un justo campeón. ¡Mis felicitaciones para el Club Atlético de Rosario por el logro!”
Puro sentimiento
Personajes referenciales, nombres que pusieron su tiempo para el crecimiento de la institución y muchos que mostraron el camino: “fueron varios en distintas etapas –destacó Martín- el negro Ferrando del rugby infantil, el turco Asef en juveniles, Víctor Luna, Carlos Sosa y Marcelo Blanco”.
Los sentimientos a través de los años y cómo vivió aquellos trascendentales cambios: “mi generación tuvo la suerte de estar en momentos especiales. A nosotros nos tocó la transformación del rugby infantil que creció gracias a gente como Lito Luna y el negro Ferrando, que le dieron prestigio y gran impronta al Jockey. Nos educaron muy bien, nos dieron un sentido de identidad y pertenencia muy grandes. En juveniles hubo una continuación, con una química entre los jóvenes que se sumaban y los más grandes que ya estaban, que explotó en la década del ’90, con un gran juego colectivo dónde se consiguieron los resultados. Y en lo individual, con mi participación en los seleccionados, me tocó representar ese proceso, que me permitió llegar gracias a esa plataforma”.
El arranque y como aprender de los más grandes: “subí a la Primera en el año ‘91, en la gira que hicimos al Mundial de Inglaterra. Ese año se retiraba el capitán, Carlos Guevara y yo subía para ocupar su puesto. Llegaba como promesa y como segundo Pumita del club. En su último partido, Guevara me dio la camiseta como parte de ese legado y compromiso por dejarme su lugar. Fue muy importante para mí. También los hermanos Maldonado fueron un espejo cuando era juvenil, que después pude disfrutar jugando con ellos. Tenían características diferentes, Guillermo era muy duro dentro de la cancha, Hernán, como pocos, ponía la cara por el equipo y el Gato, el más chico, era el más habilidoso y que después jugó mucho como titular”.
“Esa década del ’90 –continuó- en la que nos posicionamos, fue tremenda. Sentíamos que salvo con Jockey de Rosario (contaban con todas sus estrellas) y Tala (nos matábamos en Córdoba) podíamos ir a cualquier lado y ganar. Fueron los años que salimos campeones del interior y teníamos una mística especial, le ganamos la final en Rosario a Duendes y en Tucumán eliminamos al más picante Huirapuca. Y en esa época estábamos por delante de cualquier club de la Argentina en infraestructura”.
Viola jugó hasta los 31años y después entrenó con Javier Fiori la Primera, aunque siempre disfrutó más por el desarrollo de los juveniles. La vida como dirigente surgió más tarde, situación que lo involucró aún mucho más en la vida institucional.
La coyuntura de los clubes
La actualidad y todas las secuelas que puede dejar la pandemia. Aunque para Martín Viola, la preocupación estaba desde antes: “En la actualidad tenemos muchos hijos jugando y un legado que transmitimos y que se mantiene vivo en el club. La buena sensación que tengo es que aquella camada está muy involucrada. En lo que soy un poco más crítico desde antes de la pandemia es en el destino del juego y el futuro del rugby en la Argentina. La discusión es muy profunda sobre cómo trabajar en el rugby de base. Hace un tiempo que veo una transformación en los chicos, en la expectativa de lo que era su desarrollo como jugadores. Antes, sólo pensabas en llegar a la Primera de tu club. Hoy, los que tienen más expectativas, se entrenan de modo individual para llegar solos. Se perdió el sentido exclusivo de equipo. Como clubes debemos aprender a manejar este contexto, sobre todo en las decisiones y en la contención. Los que mejor lo manejen van a tener mejores resultados. Porque hay muchos chicos que van a las selecciones y después quedan en el camino. Si los clubes no actúan bien, se pierden. No sólo hay que trabajar sobre el sentido de pertenencia, debemos hacerlo más profesionalmente, sobre todo en lo que afecta a sus expectativas, las ganas y las redes sociales. Te dicen: “yo quiero llegar lo más alto que pueda con el rugby”. ¿Y qué les podés decir? Si lo logran emigrarán y serán como hoy es Juanchi Mallía, pero si no pueden hacerlo, a muchos les pasa como al tenista profesional: si a los 18 años no entraron en un Challenger piensan que no es para ellos. Y en el rugby pasa lo mimo. Si a los 18 no los llamaron a una preselección o Pladar piensan que no sirven, entonces dejan y se dedican a otra cosa. Y ya no existe la figura de “juego en la Primera, me quedo en el club, entreno a los chicos y le devuelvo al club lo que me dio a mí”. Todo ese concepto se fue desprotegiendo, y eso es lo que hay que discutir más allá de la coyuntura de los clubes”.
Los grandes momentos
Entre los recuerdos más fuertes con la camiseta de Jockey, Viola eligió el segundo título del Interior: “por la satisfacción deportiva de haberle ganado a Duendes en Rosario y confirmar la vigencia por el bicampeonato”. Cuando habló de jugadores preferidos en su puesto, nombró al Yankee Martin, porque “estaba un paso adelante en la competencia interna” y entre los más completos que vio, al australiano John Eales.
Cuando hablamos sobre los partidos preferidos, Martín mencionó uno en M18, ante el Tala que entrenaba Daniel Graco: “era mi primer año en la división y jugábamos como visitantes contra la M19 de ellos, que eran un año más grandes. A principios de ese año hubo una preselección para el Argentino, yo estaba golpeado y no pude ir. Después de ese partido Graco dijo: “tráiganme a este flaco” y terminé como titular en el Juvenil M19, que fue el primer título que obtuvo un seleccionado de Córdoba. En ese equipo jugamos Marcos Caldo, Julián Légora, Christian Barrea, Pablo Alexenicer y yo, con edad de M18, entrenados por Graco, Carlos Sosa y Renato Byeleveld”.
En 1995, Córdoba fue campeón por primera vez del Argentino de Mayores, otro de los momentos destacados en la carrera de Martín: “en ese equipo estábamos con Pepe Luna, Damián Rotondo y el mismo grupo del juvenil. Yo había quedado afuera del Mundial de Sudáfrica por lesión, y a las finales de Comodoro Rivadavia fueron todos Los Pumas. En semifinales le ganamos a Buenos Aires (habíamos perdido la definición del ’94). Fue un partido especial, con todos los seleccionados en la cancha. Y en la final superamos a Tucumán, que nos había ganado en el ’93 y ya estaban más desgastados”.
A corazón abierto
El turco Allub fue uno de los grandes jugadores de la historia de Jockey. Como lo sintetizó Pepe Luna: “sin lugar a dudas, fue el que más trascendió a nivel internacional”.
Desde muy joven se incorporó al grupo de los más grandes a base de una gran condición atlética y enormes cualidades. La gira a los Estados Unidos, cuando sólo tenía 18 años fue el bautismo para hacerse conocido: “fue todo nuevo para mí. Era de los más chicos de la delegación, ese fue mi primer viaje en avión, una gira de pretemporada muy exigente con el PF Pablo Bulacio, que era muy estricto. Nos levantábamos a las seis de la mañana y hacíamos triple turno. Tuve la suerte de compartirla con algunos compañeros de mi división (la ‘76) y tipos más grandes, como Tati González y el gordo Goldaracena, que habían sido mis entrenadores y ahora los tenía a mi lado”.
Muchos dijeron en ese viaje que lo conocieron que se sorprendieron por lo profesional que era, sus grandes condiciones y contracción al entrenamiento. Cuando se lo preguntamos, el turco respondió de inmediato: ¿Quién te dijo eso? Y lo confirmó rápidamente: “Es verdad, siempre entrené a morir. Nunca concebí el rugby social, cualquier deporte que jugué lo hice como si fuera la final del mundo. Cuando elegí lo que iba a practicar –empezó a jugar recién a los 15 años- lo hice dedicando todo mi esfuerzo. Por eso con el Profe siempre me llevé bien, porque él decía triple turno y yo estaba chocho”.
La vuelta del Mundial ’99 dónde integró el equipo ideal como segunda línea y un regreso inconcebible para el rugby de estas épocas: “el lunes regresé del mundial y el miércoles estaba jugando el Inter Facultades para Medicina. Imaginate, estaba la prensa, la TV y yo en la cancha contra Agronomía, contra pibes que habían jugado hacía cinco años, se inscribieron en el torneo y de pronto estaban enfrentando a un tipo súper entrenado. Una locura, fue algo bizarro, de regreso de una Copa del Mundo en la Universidad con compañeros que cursaban la carrera y se inscribieron por haber jugado alguna vez al rugby. Recuerdo que un amigo contó que venía un flaco y yo le metí un tackle que lo hice volar varios metros. Entonces me dije: ¡No, pará, tengo que bajar un cambio!
Y ese sábado se acopló al equipo para jugar la final del Interior ante Duendes: “ese fin de semana estuve en la final en Rosario y me tocó enfrentar a Aspirina Pérez, que no había jugado en el Mundial y la rompió toda, ese día. A mí me daban la pelota y se creían que iba a hacer magia. Fue un gran partido, el club tenía un gran equipo en esa época. Fue una lástima que no pudimos plasmarlo a nivel local, estaban dadas todas las condiciones. Es la espina que tengo clavada, como muchos de nuestra camada, porque después se hizo una brecha muy grande. Daría todo por haber conseguido un título con el club”.
La RWC Gales ’99 y el try en Llanelli, una conquista trascendental para la historia de Los Pumas, que por primera vez tenían la oportunidad de pasar la primera ronda. ¿Qué recordás de ese día turco?: “Me acuerdo del viaje al estadio, el barro, la llovizna y Samoa, un equipo muy duro. Era el partido a ganar, porque estábamos parejos y ellos eran un karma para nosotros. En cambio, Irlanda era más. El try fue un típico try mío, espantoso, después de un maul. Y la sensación que me quedó de ese partido fue lo que se vivió en esa cancha. Ese entretiempo dónde nos miramos las caras y nos dimos cuenta que estábamos todos en la misma sintonía. Hay equipos y momentos dónde sabés que con sólo mirarte, basta. Y eso pasó ahí”.
Los riesgos por volver a jugar
La vuelta al rugby en Jockey luego de la cardiopatía que lo alejó de las canchas en una gira por Nueva Zelanda, cuando sólo tenía 25 años: “fue por la abstinencia de deporte, de competir, compartir un vestuario. Eso le pasa a todo jugador que deja, no tenés que haber pasado por el máximo nivel para extrañarlo. El que vive el deporte con pasión le genera abstinencia”.
El regreso y los riesgos que tomó para volver a jugar: “fui y volví varias veces. A los ocho meses empecé a entrenar. Después me recibí de médico y dejé, porque tenía la residencia. Cuando la terminé regresé, me llamaron del seleccionado de Córdoba, incluso de Los Pumas, pero no quedé –Allub se retiró a los 41 años en Jockey-.
La segunda etapa de su carrera y los momentos en que hubo que pensar más allá: “mirás el juego desde otra perspectiva y empezás a valorar otras cosas. Volver a jugar fue una apuesta para mí, sabía que corría riego y que mi familia estaba pendiente, sobre todo al principio. Empecé en el tercer equipo y después fui subiendo hasta llegar a la Primera”.
-¿Tuviste miedo, Turco?: “Sí, obvio, más vale. No lo supo nadie en ese momento. Primero porque soy médico, sabía que había pegado en el palo. Uno pone las cosas en la balanza, y ahora que tengo un hijo no lo volvería a hacer. En su momento preferí tomar el riesgo para poder seguir jugando”.
Cuando hablamos del recuerdo más fuerte que tuvo en Jockey, la emoción lo embargó. Fue algo que pinta al turco de cuerpo entero, por el sentir y la sencillez de un momento que no tuvo precio para él. Sólo el del reconocimiento de sus pares, más allá de cualquier logro deportivo. Así lo manifestó: “cada vez que volvía de una gira no veía la hora de llegar al club y abrir el bolso para regalar las camisetas y todas las cosas que traía. Era una sensación hermosa. Y cuando volví del mundial, yo estaba cruzando la cancha de entrenamiento, y espontáneamente los chicos que estaban entrenando y parte del plantel se pararon y empezaron a aplaudir –se quiebra en el relato-. Es una sensación que no se paga con nada”.
Para teminar, Alejandro recordó al profe Pablo Bulacio y a Martín Viola como referentes en su camino por el rugby: “el deporte en equipo es tan brillante que te hace ver las distintas personalidades de los jugadores. Cuando los conocés fuera de la cancha, son muy parecidos a cómo son adentro. Y Martín era extremadamente inteligente en el campo de juego. Estaba adelantado al resto. Y afuera también lo es, con mucho sentido común. Cuando jugaba era exquisito para ver. Reunía inteligencia, agresividad, ganas de ganar, técnicamente impecable. Cuando asumió la presidencia del club me sentí representado”.
¿Turco, lograste lo que querías con el rugby?: “empecé a los 15 años y no vengo de una familia de rugby. Recién a los 18 años vi por tele el primer partido de Los Pumas. Por eso lo que logré con el rugby fue mil millones de veces más grande de lo que imaginé el primer día que fui a jugar”.
Desde la formación y la dirigencia
Félix Páez Molina es el actual Presidente de la Unión Cordobesa de Rugby. Con una dilatada carrera, también reflejó sus sentimientos por el club que lo vio nacer y crecer: “El Jockey Club fue, es y será mi segunda casa, desde los 8 años que mi vida transcurrió siempre con el hipódromo al lado. Empecé como jugador y también compartí mi tiempo como entrenador. Luego me casé a los 24, dejé de jugar y me dediqué de lleno a entrenar, desde infantiles hasta la Primera División. Pasé por todas las edades y disfruté mucho viendo crecer a camadas enteras, que muchos de ellos hoy son mis amigos. También me llegó el tiempo de ser dirigente en mi club, actividad que realizo actualmente”.
“Como jugador –continuó- la experiencia más linda que recuerdo y disfruté fue cuando recibimos al Ponsomby Rugby Club, de Auckland, un equipo de Nueva Zelanda. Tenía 20 años, no sólo fue una gran experiencia deportiva, también lo fue desde lo afectivo y cultural, con una gran enseñanza que nos dejó esa visita. Todavía recuerdo al amigo que tuve en casa por tres días, Jim Tatupu. Lo más llamativo fue que pudimos enfrentar a un jugador llamado Va'aiga Tuigamala, un samoano que tiempo después jugó el Mundial del ‘91 en Inglaterra, para los All Blacks”.
El paso como entrenador también dejó muchas experiencias en la vida de Félix: “tengo momentos inolvidables con cada uno de los chicos que me tocó entrenar, de casi todos guardo un grato recuerdo. Tal vez lo más significativo que me tocó vivir fue ser el entrenador del primer equipo juvenil del club que viajó al viejo continente. Fue la primera gira internacional de la menores de 19, tenía 24 años y muchos de esos jugadores hoy son grandes amigos. También entrené al turco Allub dos años en su etapa juvenil y haber sido parte de la formación del mejor jugador de nuestro club me llena de orgullo”
Palabra de presidente
Ezequiel Mallía es el actual presidente de Jockey. De la cuna del rugby y con un hijo, Juanchi, en el seleccionado nacional, dejó para el cierre unas sentidas palabras:
“Desde Junio del 2014, tengo el honor y la enorme responsabilidad de ser el Presidente del Jockey Club Córdoba, lugar que amo desde que prácticamente nací. Y digo honor y responsabilidad, porque siento que lo hago junto y en representación de mis amigos, que son junto a mi familia, el tesoro más grande. Soy el segundo presidente que proviene del Rugby en un club que en la historia estuvo dirigencialmente más cercano al Turf, deporte que fue su origen. El primero fue Carlos Sosa Gallardo, casualmente mi entrenador en Juveniles y Primera, y que junto a muchos dirigentes/entrenadores, como el Fora Carrara, los tres hermanos Blanco (Ernesto, Ale y Marcelo), el Gordo Bruno y el Negro Ferrando nos marcaron a fuego a varias camadas, con un sentido de pertenencia muy grande. No en vano de la ‘71, ‘72, ’73 (la mía) llegaron muchos jugadores al plantel superior con logros deportivos en los ’90 y después muy ligados a toda la vida del club, desde entrenar, colaborar en cualquier lugar y después trasformándose en dirigentes”.
“Empecé a jugar a los 6 años y creo que toda mi vida transcurrió en el Jockey, con un fanatismo importante…desde infantiles cuando nos juntábamos en la semana a cortar papelitos para ir a alentar a la Primera -jugaba los domingos- en una época dónde el equipo no era muy ganador. Sin embargo, para nosotros eran los ídolos máximos, porque jugaban en Primera y eran los mismos que te entrenaban y después los veías como dirigentes”.
Hombres de club
“En Jockey, desde hace tiempo. usamos un concepto que es el de “hombre del club” que consiste no sólo en pasar por la vida como jugador, sino en vivirlo intensamente, en el lugar donde uno se sienta más útil, como entrenador, manager, árbitro, dirigente, o colaborando en el tercer tiempo en la división que le toque. Es lo que nos inculcaron a nosotros y lo que intentamos transmitir a nuestros hijos. Hoy es un placer juntarme con mis amigos de toda la vida del club y compartir momentos con nuestros hijos, que también juegan y lo sienten bien profundamente. Creo que así se forma la “mística” para derramarla a todos lados y como un club abierto que somos, buscar contagiar su idiosincrasia”.
“En el año ‘92, cuando éramos M-19, hicimos la primera gira internacional de un equipo Juvenil a Europa, a las Islas británicas y España. Jugamos cinco partidos y para muchos de nosotros fue la primera vez que nos subimos a un avión. Fue una experiencia inolvidable donde entrenábamos prácticamente todos los días y nos sentíamos en un éxtasis total, porque por primera vez que teníamos 17 días enteros para pensar en rugby, entrenar y conocer lugares históricos. Fue una época muy buena del club, la Primera había ido unos meses antes de gira, también a Europa a ver el mundial 91 y en esa gira, uno de los juegos de camisetas fueron los que ellos utilizaron. Así que ponerse esa misma camiseta para nosotros fue un honor, que después muchos pudimos usarlas en la Primera. Puedo nombrar casi una línea de backs completa: Sosa, Mallía, Blasco, Barreiro, Bonanate, Romero Díaz, capaz me olvido de alguno y espero no se ofendan los forwards. Los dirigentes de ese viaje fueron el Gordo Félix Bruno, los hermanos Rudy y Edgardo Schmal, el entrenador fue Félix Páez Molina y el PF Pablo Bulacio, que después nos entrenó muchos años en la Superior. Todas personas con la que me quedó un vínculo especial”.
“Mi vida se desarrolló casi siempre dentro de Jockey, a punto tal que mi mujer, Soledad Blasco, hacía equitación en el club (Jugué toda la vida con su hermano, Rodrigo, amigo de toda la vida). También nuestros hijos, Juan Cruz, Felipe (juega en M-17) y Lola, que es un poco más vaga en los deportes, pero va todos los fines de semana a ver rugby. Mis viejos y los de Soledad, también vivieron al Jockey desde jóvenes y sienten que el club es nuestra casa”.
Una cuestión de principios
“Nuestra época como dirigentes, dentro del rugby, marcó un cambio generacional que empezamos casi en conjunto con Félix, Martín, Víctor Luna, Turco Salomón y hoy Gavilán Krumm. Creemos firmemente en nuestra misión de formar personas a través del rugby, con un fuerte contenido en valores, que tratamos que no sean sólo palabras sino actos concretos. Y más allá de los tropiezos, que siempre serán nuestro norte, estamos convencidos que por ahí pasa la cosa y que debe contagiarse de generación en generación como un proceso de mejora continua”.
“Hoy me toca ver al club, desde un lugar más global, el Jockey es un monstruo con múltiples actividades deportivas, tres sedes (centro, Barrio Jardín y Carlos Paz), un Colegio que crece día a día desde el 2013, gimnasios de última generación, Hipódromo dentro del club a 10 minutos del centro y hasta participación en un paseo comercial del que formamos parte en un Fideicomiso, contiguo a la recta del hipódromo que da la Av. Elías Yofre (uno de los presidentes con más visión que tuvo el club). Sin embargo y más allá de una infraestructura increíble que debemos mantener con mucho esfuerzo, siempre entiendo que la grandeza de los clubes se da por la calidad de las personas que la componen y en ese aspecto es donde debemos focalizar nuestros objetivos, más aún, en el momento que atraviesa nuestro país, donde los Poderes del Estado pierden día a día credibilidad. Estoy convencido que los clubes y sus dirigentes tenemos la responsabilidad de construir y reconstruir un nuevo tramado social, donde el esfuerzo sea moneda corriente y el éxito llegue de la mano del compromiso, el respecto, el esfuerzo, la actitud positiva y también la Humildad, definida por estar siempre dispuestos a aprender y compartir los conocimientos. Me desvelo, junto a la Comisión Directiva, por transmitir y derramar ese mensaje a todos los que forman parte de nuestro club y por supuesto, lo compartimos con el resto de las otras instituciones”.
“Tuve la suerte de acompañar a Juanchi en los mundiales que les tocó jugar en juveniles y en el último en Japón, en algunos con amigos y en otros con la familia. En el último Mundial, Juanchi jugó el último partido con EEUU, antes no le había tocado jugar y la verdad que la rompió toda, hizo dos tries, todo soñado. Cuando nos saludamos al final fue un abrazo con muchas lágrimas y voz entrecortada. Para adentro sentía el mismo orgullo como Papá que como hombre del Jockey y no lo podía separar. Era Juanchi, en ese lugar, que estaba representando a todo un club, a todos los entrenadores que día a día lo habían formado por pura vocación, a sus amigos y que todo junto estaba en ese momento. ¡Fue algo mágico y por supuesto, envueltos en una bandera roja y blanca! ¡Así puedo describir al Jockey!
Fotógrafo: Gentileza Lucas Pautasso y Félix Páez Molina
Fuente: Hernando De Cillia