La franquicia argentina hizo historia y en su cuarta temporada logró jugar la final del torneo. A dos años de la hazaña la revivimos en Rugby Champagne.
LOCURA, ORGULLO Y PASIÓN, MÁS ALLÁ DEL RESULTADO
El barrio de Liniers vibraba como hacía rato no ocurría. El público presente se deleitaba con un equipo que entregó el alma en cada pelota; y entre cantos, festejos y una música que aturdía, la locura se hizo presente cuando sonó el pitazo final y decretó la victoria de Jaguares.
Era el viernes 28 de junio, en un estadio José Amalfitani que estaba mancomunado por un solo objetivo: llegar a la final del Súper Rugby. El equipo argentino terminaba de coronar una de sus mejores actuaciones del torneo, al superar por 39 a 7 a los Brumbies, en una semifinal con cinco tries apoyados y jugada de forma brillante.
Noche soñada, por el juego, la gente, los jugadores, el staff, los dirigentes, por nosotros mismos, que además de ser periodistas fuimos por un rato “hinchas” en esa inolvidable jornada. Una ilusión impensada cuatro años atrás, en 2016, cuando la franquicia argentina debutaba en la NBA del rugby. Sin embargo, todavía faltaba saber quién sería el rival de la final y si la misma sería en Buenos Aires o habría viajar al inexpugnable estadio de Christchurch.
En la madrugada se iba a develar el misterio y recién sabríamos si habría que ir de visitantes y viajar a Oceanía para jugarse a todo o nada ante los multi campeones, los Crusaders.
En la cabina número ocho de Vélez, el equipo de RCH todavía estaba como en trance. Había mucha emoción contenida en el medio de los festejos. Pero aún debíamos terminar la cobertura, realizar las salidas para las diferentes radios, hacer el comentario para Infobae con los puntajes y terminar de definir los textos y las notas para nuestro multimedio.
Entonces se me ocurrió decir: “muchachos, si juegan en Nueva Zelanda el próximo fin de semana nos juntamos en casa, comemos un asado y después vemos el partido”. La reacción instantánea de Gustavo Amoruso, uno de nuestros productores fue: ”¿pero cómo, no me digan que no van a ir? Jorge y yo nos miramos fijo unos segundos y no nos dijimos nada. Sólo nos miramos y continuamos trabajando cada uno en lo suyo y llegado el final de la jornada nos fuimos a nuestras casas, agotados y satisfechos con el triunfo, pero sin decir ni una sola palabra del tema.
El sábado amaneció con el ajustado triunfo de Crusaders y la final designada para el siguiente sábado 6 de julio en Nueva Zelanda. El multicampeón esperaba a Jaguares para dirimir el título.
Esa noche no pude dormir, Jorge tampoco. Me levanté dolorido como si hubiera sido Marcos Kremer por los golpes recibidos la noche anterior. Llegué a la cocina, saludé a mi mujer y le dije: “juegan en Nueva Zelanda. ¿Vos sabés que uno de los chicos nos dijo, porque no viajan?”. Y mi mujer me respondió: ¡Obvio, ni lo piensen, tienen que viajar!”. La miré, me quedé pensando y me fui a hacer mi rutina de los sábados a la mañana al gimnasio para descontracturar los huesos y el cuerpo entumecido de la jornada de trabajo del día anterior.
Con Jorge nos hablamos a media mañana. Todavía nos quedaba parte de la emoción contenida de la noche anterior. Creo que los dos nos quebramos casi al unísono. Entonces le dije: ¿Y si viajamos? Él me contestó: ¿en serio me lo decís? Lo hablé hace un rato con mi mujer y te iba a preguntar lo mismo, pero pensé que me ibas a sacar cag……
Y así comenzó la historia de una travesía espectacular, un viaje relámpago, histórico y en contra de las agujas del reloj. Jorge con su rapidez para hacer la logística se había anticipado y averiguó a través de una agencia cuando salía el avión y lo que costaba, así como el hotel. Además, había que hablar con el equipo periodístico y dejar todo acomodado en Buenos Aires para la fecha del rugby local, ordenar las piezas, ver quienes querían la cobertura y ponerle manos a la obra. La ayuda de parte de nuestro equipo, los amigos de siempre, los que nos bancan esta locura desde hace 25 años y el trabajo para Infobae y las radios estaba cerrada en poco tiempo. A eso le sumamos nuestras tarjetas de crédito y como resultado en pocas horas teníamos los pasajes y el punto de partida hacia la final. Salíamos el miércoles 3 de julio, en el vuelo número NZ 31 de Air New Zealand. En ese avión viajaríamos con muchos familiares de los protagonistas, algunos hinchas y las autoridades del rugby nacional.
Mucha emoción, orgullo, pasión, la adrenalina a flor de piel, con algunos detalles por revisar, las valijas hechas a las apuradas, el Beconnected presto a darnos la señal necesaria de internet donde estuviéramos y mucha ilusión a cuestas. Estábamos listos.
El vuelo fue de 20 horas, agotador, y con una conexión en Auckland que perdimos junto a todo el pasaje. Desde Mario Ledesma, Rodrigo Roncero, Joaquín Tuculet, Santiago García Botta, Rete González Iglesias, Marcelo Rodríguez, Fernando Rizzi y Jaime Barba, que viajaron para acompañar al equipo, hasta algunos familiares e hinchas. Entre ellos estaba el conductor televisivo Julián Weich y un numeroso grupo de simpatizantes de Hindú, liderados por Diego Díaz Bonilla, el papá de Tito, los padres de Gonzalo Quesada y parte de la camada ‘74, la misma que fue a hacerle el aguante a Manasa Fernández Miranda y el Head Coach.
Entre los familiares hubo varios, pero los más cercanos fueron los de Montoya, Petti, Matera y Ortega Desio. Entre las banderas de los clubes que fueron a alentar se vieron las de Liceo Naval, Alumni, Club Italiano, San Fernando, CUBA, Newman y algunas más de Jaguares y la Argentina.
En la conexión entre Auckland y Christchurch, el vuelo NZ 519 de las 7 horas se fue sin todo el grupo de los argentinos. Migraciones y el poco tiempo entre vuelo y vuelo conspiraron para llegar a la hora indicada a pesar de las corridas con las valijas entre una terminal y la otra, bajo una lluvia finita, pertinaz e intensa y los cinco grados de temperatura que te congelaban los pies. Al llegar al check-in nos dijeron muy serios que el avión había partido, que se reprogramaban los vuelos y pensamos que con suerte llegaríamos al captains run, programado para cerca de las 11 horas de Christchurch, en el Orangtheory Stadium.
La sorpresa llegó cuando arribamos apurados al Plaza Hotel para dejar las cosas y salir al estadio. En el mismo también paraba el equipo argentino. Al momento de hacer el ingreso entré en pánico al ver mi pasaporte. Cuando lo abrí vi que decía Juan Nores, un hincha argentino con el que nos habíamos mezclado en la fila de migraciones para correr en busca del vuelo que finalmente perdimos. Mi cara se transformó al ver que no era el mío. Nos habían entregado los pasaportes cambiados. Y a Juan ni lo conocía, aunque presumíamos que iba a estar allí alojado y que también iba a ver el partido. ¿Pero que podía hacer? Julián Weich nos ofreció publicar un mensaje en sus redes para ayudar y tratar de localizar a quien había arribado con mi pasaporte. Nos quedaba esperar y rezar porque apareciera Juan. Jorge pensó en utilizar la voz del estadio llegado el caso al día siguiente para encontrarlo.
Pasamos cerca de diez minutos tratando de explicarle a la conserje si ese pasajero estaba alojado allí. Fueron los diez minutos más largos de mi vida. Sin pasaporte, era viernes, el partido se jugaba el sábado y nosotros debíamos regresar el domingo. Una verdadera locura. Pero como si fuera cosa del destino, se abrió la puerta del ascensor y como por arte de magia apareció Dios, que en realidad fue Juan Nores. Mi improperio se escuchó desde Buenos Aires: “pelotu…. ¡Te llevaste mi pasaporte!”. Juan me miró sin entender absolutamente nada, vio su pasaporte en mi poder y no lo podía creer. Me miró y dijo: “¡con razón cuando hice el ingreso la empleada me miraba con una cara rara, a mí, y al pasaporte. Pero no le entendía lo que me decía. Pensé que era por mi tarjeta de crédito, se la cambié y entonces me autorizó el check-in".
Nores tomó el ascensor hacia su habitación y a los dos minutos bajó con mi pasaporte y me devolvió la vida y las ganas de seguir ilusionándome con el título. Juan nunca había chequeado el suyo desde la conexión en Auckland y jamás se dio cuenta que se lo habían cambiado. Una locura por los controles, si tenemos en cuenta que tres meses atrás la ciudad sufrió un terrible atentado terrorista. Pero para nosotros el tour recién comenzaba.
Las horas transcurrían rápidas, como Usain Bolt en la final de los 100 metros de los JJ.OO. Recién llegábamos y ya habían cambiado dos días en el almanaque. Era viernes 5 de julio en Nueva Zelanda. Dejamos las valijas en el lobby y tomamos el taxi que pedimos a las apuradas hacia el Orangetheory Stadium, para ver el captains run. Llegamos bien, sin sobrarnos demasiado, pero a tiempo. Allí, hacía un frio tremendo y la lluvia no cesaba. Crusaders no perdía en su cancha desde hacía mucho tiempo contra equipos extranjeros. Un estadio tubular, dónde el piso siempre estuvo mojado y el frío calaba los huesos. Una fortaleza inexpugnable que Jaguares sufriría al día siguiente, como nosotros y todos los hinchas argentinos que se dieron cita.
El equipo de Gonzalo Quesada estaba bien, con una energía muy positiva. Las caras mostraban eso. Los muchachos iban por el triunfo, como la mente y el convencimiento puesto en eso. Pudimos apreciar al plantel en el desayuno, estaban súper concentrados y con la moral muy arriba para intentar conseguir la hazaña. Ese histórico día, cerca del mediodía se hizo un banderazo en la puerta del hotel, con cerca de 200 argentinos que sacudieron la silenciosa ciudad fantasma en donde estábamos, dónde no había gente, ni autos por las calles. Fue realmente conmovedor, se transmitió en vivo hacia la Argentina por la pantalla de ESPN, y hubo cánticos y mucha emoción contenida, inclusive las nuestras.
Christchurch es una ciudad típicamente inglesa, que con un clima muy frío y lluvioso se preparó para hacerle las cosas bien difíciles a ese grupo de argentinos. Nos preparamos para la cobertura con todos nuestros equipamientos, muy abrigados y nos fuimos bien temprano a la cancha junto a Aldo Yoma, el tío de Ortega Desio y Arturo, el marido de la madre de Pablo Matera. En una carpa armada para la ocasión nos recibió la jefa de prensa del equipo neozelandés, con los medios locales, ESPN, el Diario La Nación, Clarín y Rugby Champagne, como únicos enviados argentinos. Nosotros además cubríamos la final para INFOBAE, FM Octubre y Radio 4 de Junio.
La espera pareció desvanecerse de inmediato. El horario se acercaba y de pronto estábamos instalados en las frías tribunas tubulares, conectados magistralmente por Beconnected y dónde el frío ingresaba por todos los sectores. Lo que nos parecía inhóspito cuando llegamos, sin mucho ambiente ni aficionados locales, se transformó en un abrir y cerrar de ojos. El estadio era una caldera y las gradas se llenaron de banderas coloradas que flameaban por todos lados. Desfile de caballos con jinetes vestidos de rojo kiban y venían alrededor de la cancha, mientras los fuegos artificiales brotaban desde el piso y el estadio vibraba acorde a una final, algo que unas horas antes no se preveía en lo más mínimo.
El partido empezó y en la primera pelota llegó un toque de atención. Un knock-on en 30 metros propios les dio la primera chance a los neozelandeses, en una plataforma típica a su medida para llegar al in-goal. Pero ese scrum se aguantó bien y el equipo dio muestra de que estaba preparado. Joaquín Tito Díaz Bonilla inauguró el marcador, con un penal para poner el 3 a 0. Pero de ahí en adelante no hubo más tantos para los argentinos. La presión sobre el diez de Hindú generó el único try de la noche a la altura de nuestro pupitre. El balón le cayó a Sam Whitelock que corrió pegadito al ciego y le jugó una pelota colgada a Codie Taylor, que anotó la única conquista. Las chances de Jaguares se dejaron pasar. Lo tuvo Tute Moroni dos veces, luego Tosti Orlando, situaciones tan claras que pudieron cambiar el rumbo del partido. Después Richie Mo’unga no las dejó pasar y acertó cada una de sus patadas para que Crusaders decretara el 19 a 3 final.
El cierre llegó con la cabeza bien alta para el equipo de Quesada, más allá de la derrota. Con orgullo y un gran reconocimiento del público local y de la organización, que nombró a Pablo Matera como man of de match. Para los jugadores fue un golpe a la ilusión. El llanto de Montoya sobre uno de los in-goales se nos transforma en imborrable. El elogio de Scott Robertson a Gonzalo Quesada en la conferencia de prensa también. En el vestuario nos cruzamos con Ronan O´Gara, el archi enemigo irlandés, que como entrenador de pateadores de Crusaders elogió el trabajo argentino. Cansados y muertos de frío retornamos al hotel, dónde presenciamos la llegada del plantel. Los muchachos fueron recibidos uno por uno con aplausos por los hinchas argentinos y los empleados del Plaza Hotel. Fuimos testigos de las caras desilusionadas y la bronca lógica de los jugadores, pero a la vez también de la emoción que nos embargó a todos por el trabajo que realizaron.
Esa noche no pudimos dormir una vez más. Café y más café para calentar el cuerpo que más allá de la ducha caliente no volvía en sí. Estábamos congelados y cansados, pero había que terminar una cobertura que parecía eterna y encima con la ilusión rota a cuestas. Cuando el reloj marcó las 4.47 finalizamos la tarea. Los ojos abiertos de la madrugada nos hicieron bajar al comedor muy temprano. Cansados sí, pero con la tarea completa. Eran las siete de la mañana cuando fuimos por algo de comida al desayunador. Las sorpresas no terminaban y creíamos estar soñando. En una de las mesas, solo y esperando por su desayuno estaba Brian Habana, el famoso wing sudafricano que había estado trabajando en la final como comentarista para la televisión neozelandesa. Nos acercamos al famoso wing, amigo de muchos argentinos, y hablamos del partido. Él también tuvo palabras de elogios para Gonzalo Quesada y sus dirigidos.
Esa mañana fue larga, con charlas y más café en un comedor que de a poco se fue llenado de argentinos. Bajaron los jugadores con la frustración a cuestas, pero con la satisfacción de no haberse guardado nada, de dejarlo todo. De a poco fuimos retornando de otro viaje agotador. Nos recogieron del hotel a las 15 horas del domingo 7 de julio. Salimos para Buenos Aires a las 19 horas y llegamos el mismo día, pero a las 17 horas. Viajamos en contra del tiempo y en cuatro días hicimos nada menos que cerca de 23.000 kilómetros. Al aterrizar a Buenos Aires el comandante del avión dijo: “pido un fuerte aplauso para el equipo argentino de Jaguares que vuelve al país luego de jugar la final del Súper Rugby”.
Fue un aplauso tan gigante como este recuerdo. Tan grande como el momento que vivimos. Pasaron dos años de lo que seguramente será unos de los acontecimientos más recordados de la historia del rugby argentino. Y durante este tiempo pasaron tantas cosas que aún hoy no lo podemos creer.
La conferencia organizada por Rugby Champagne en 2019 con las máximas autoridades del rugby argentino por los 24 años y con Craig Down como invitado especial, el viaje a Japón para la cobertura del mundial, muchos más kilómetros recorridos y una pandemia.
Salud Jaguares. Que tu espíritu, pasión y coraje se mantengan vivos en el tiempo. Y qué el recuerdo de tu actuación sirva para que el rugby argentino siga creciendo.
Fuente: Jorge Ciccodicola y Hernando De Cillia - Rugby Champagne