Córdoba

Grandes momentos en la vida del Jockey cordobés

Grandes momentos en la vida del Jockey cordobés

Fueron referentes y protagonistas de una época que sirvió para posicionar el rugby de Jockey y de su provincia entre los más importantes de la Argentina. Formaron parte de un proceso que llevó años y cambió el concepto de un deporte que no tenía arraigo en una institución que nació del Turf y hoy es una de las más reconocidas de Córdoba.

Ganaron los dos primeros torneos del Interior y forjaron lazos de amistad a lo largo del tiempo, que dejaron un sello grabado en Barrio Jardín. De la boca de sus protagonistas, estas son algunas de las anécdotas y recuerdos más notables de aquellos tiempos, en los que el esfuerzo mancomunado pudo más que todas las barreras, para así hacer de Jockey uno de los clubes más importantes de Córdoba y del país. 

El sacrificio del primer viaje a Europa 

Cualquier similitud económica es sólo parte de la casualidad. Pasaron más de treinta años y los vaivenes de la moneda nacional siguen lamentablemente vigentes, como en aquellos convulsionados fines de los ‘80. Así lo recordó Guillermo Maldonado, uno de los referentes de aquel plantel y capitán del primer viaje a Europa, en 1987: “nosotros pagamos nuestros pasajes en 24 cuotas de 42 dólares. Para darte una idea, para esa época era el sueldo de un jubilado. Te puedo decir que era un dinero muy importante, que la mayoría no teníamos. Tuvimos que hacer un sacrificio muy grande cuando volvimos para pagarlo en dos años, por el crédito que nos había dado Aerolíneas Argentinas. No me olvido más”   

La camiseta, ese bien tan preciado para todos los clubes. Aunque esta rojiblanca tiene una historia muy especial: “un mes antes de salir, hicimos un asado e invitamos al presidente del club, el Dr. Ignacio Escuti y toda la mesa directiva. Como capitán le entregué una corbata y como vocero del plantel le hice un pedido, si el club nos podía donar un juego de camisetas para la gira. En esa época no había sponsors y cada uno jugaba con la que tenía. Imaginate, creo que en mi casa había dos y jugábamos los tres. El presidente accedió y las regaló. Junto a Gustavo Nefa salimos a comprarlas y a conseguir los números para pegárselos en la espalda. A partir de ahí tuvimos nuestro primer juego de camisetas rojas y blancas, a rallas horizontales”. 

La vuelta y los padres, siempre presentes: “cuando regresamos de la gira seguíamos con un sólo juego de camisetas. Nosotros vivíamos los tres en casa, dónde no sobraba la plata. Mi papá era empleado y mi mamá, maestra jubilada, que empezó a lavar todas las camisetas en casa. Los fines de semana se las juntábamos en una bolsa y las traíamos. Ella las lavaba para todo el equipo y por supuesto la subcomisión se lo pagaba. Como siempre digo, había que darles de comer a tres grandotes y ese fue el esfuerzo y sacrificio que hicieron mis padres”.             

La ropa y el clima, dos aspectos que siempre hay que tener en cuenta antes de un viaje “en ese momento confeccionaba ropa y le propuse a la comisión de la gira hacer los buzos, así estábamos todos iguales. De los 37 que fuimos sólo uno conocía Europa y en esa época no había tanta información. Nosotros pensábamos que en septiembre haría frío, porque allá empezaba el otoño. Hicimos los buzos con una tela de invierno, de friza y cuando llegamos a Roma hacían 34 grados. En toda la gira nunca hizo frío y en cada presentación oficial que teníamos por todos los hermanamientos que había conseguido Fora (Carrara) teníamos que ir en buzo o saco. Los sacos los habíamos hecho en una casa que todavía está en Córdoba –trajes San Jorge- que eran de invierno, así como los pantalones grises. La anécdota fue que en todas esas ciudades teníamos que cumplir con el protocolo y nos moríamos de calor”.  

La familia y una experiencia que pocos pudieron disfrutar. El título del ’93 y un recuerdo especial en la casa de los Maldonado: “en el ’92 volví a Córdoba luego de vivir cuatro años en Europa. Mi mujer, Martita Varela, estaba embarazada y eran épocas muy duras. Nadie puede hacer algo tan importante sin el apoyo de su compañera. Ella cursaba su último año de educación física y daba clases en el gimnasio del club, fue clave para mí, por el sacrificio y la actitud que le pusimos. Y tuve la suerte de jugar y compartir el campeonato con mis dos hermanos, Hernán y Juan. Fue un orgullo y una alegría tremenda, que no sabemos si se repitió en la historia del rugby cordobés, con tres hermanos campeones, jugando juntos y siendo titulares. Fue una alegría muy especial que compartimos con toda la familia, especialmente con mi padre que siempre nos iba a ver”. 

Forjar el sentido de pertenencia 

Víctor “Pepe” Luna Cáceres, fue partícipe importante de los títulos del ‘98 y ‘99, como entrenador de aquellos equipos que ganaron los dos primeros torneos del Interior. Así recordó cómo se forjó la mística de aquel equipo: “los campeonatos de 1998 y 1999 fueron el resultado de un proceso de crecimiento del rugby de Jockey. Los jugadores que integraron esos planteles se formaron con gente del club, que aportó tiempo y esfuerzo, como en todos los clubes amateurs de la Argentina”.  

“En el año ‘97 y ‘98 –continuó- acompañé a Carlos Sosa como entrenador de la Primera, con un juego mucho más evolucionado. Carlos tenía en mente el cambio hacia un juego más integral y yo, que me había capacitado bastante en esos años, pensaba igual. Otro factor fue que pasamos a mi hermano José Luna (ídolo total en ese momento) de apertura. Él tenía vocación de jugar y hacer jugar y no era un gran pateador táctico. Si se equivocaba absorbía toda la presión. Además, ya estaban maduros los jóvenes campeones del ’93, Luna, Viola y Goldaracena, que sumaron a las camadas del ‘75, ’76 y ´77, con Maxi Sosa, Sebas Luna, Chuzo Usin, los hermanos García y el turco Allub. Ellos habían comenzado a jugar cuando se formó el mini rugby o pre rugby (m5, m6, m7) entre el ‘80 y ‘82. Mi viejo, Lito Luna (hay un recordatorio en una de las canchas de rugby infantil) entrenó varios años junto a Piki Andreini, forjando un sentido de pertenencia increíble en los niños, el resto fue todo resultado de un proceso”.  

El momento de los hombres 

La confirmación del trabajo realizado tenía que tener su premio. Y así llegaron los logros consecutivos en los nuevos torneos de la UAR. Así lo destacó Víctor: “del Interior ‘98 recuerdo que viajábamos en avión en el día, salíamos a la mañana temprano y a veces volvíamos muy tarde, porque era como un taxi recorriendo el país. Eso fortaleció al grupo, porque estábamos juntos mucho tiempo, aunque sólo sea para ir a dormir a un hotel. Compartíamos 20 horas seguidas, íbamos al tercer tiempo, luego a un bar o un cine, había que matar el tiempo y eso fue muy importante. Recuerdo especialmente la semifinal con La Tablada, que era un gran equipo. Les ganamos 47 a 27, en Urca, de visitantes. El equipo ese día brilló. Lo recuerdo especialmente, porque ese día Carlos Sosa no estaba, ya que era entrenador UAR y estaba de viaje con un seleccionado. Tuve que asumir sólo el compromiso, fue un gran aprendizaje” 

Llegó el día de la final, contra Marista de Mendoza, en un partido nocturno en Urca. Luna Cáceres rememoró una arenga inolvidable: “habíamos perdido con ellos por seis en la fase de grupos como visitantes. Fue una final muy dura, de hecho, en el primer tiempo creo que perdíamos 6 a 5, o empatábamos. Recuerdo ese entretiempo de Carlos Sosa que fue tremendo: "llegó el momento de los hombres" –dijo-. Y jugamos un gran segundo tiempo, ganamos muy bien. Lloré mucho esa noche, bien tarde en mi casa. La caravana hasta el club fue impresionante, cruzamos la ciudad, fuimos a la sede y terminamos en el tercer tiempo en la Tribuna del Hipódromo. Estaba Lucho Gradin, presidente de la UAR, fue todo un acontecimiento”.  

En el ‘99 Carlos Sosa dejó de ser entrenador de Primera y Luna quedó con Nacho Seia y Hernán Maldonado: “éramos muy jóvenes –afirmó- ellos tenían 34 años y yo, 32. Fue un gran torneo, ya que veníamos de perder la final de Córdoba ante Tala, en Athletic. Luego de ese partido el club nos pagó a Seia y a mí un viaje de coaching a Sudáfrica, antes del inicio del Torneo del Interior. Otra vez los dirigentes fueron artífices de generar el crecimiento. Ese viaje nos cambió la cabeza. Volvimos con nuevas ideas y empezamos a entrenar la organización defensiva, de la que hasta ese momento no teníamos ni idea. No arrancamos bien el torneo (NdR: le ganaron como locales a Logaritmo, el cuarto de Rosario, por 28-26). El cambio llegó en Mendoza, cuando vencimos a Liceo (NdR: 49-18) con un frío bárbaro, un partido que ganamos con mucha actitud. En cuartos eliminamos a Los Tordos (NdR: 21-16) y llegó la semi, contra Huirapuca, en Concepción”. 

La posibilidad de volver a ser campeones estaba latente. Luna lo palpitaba y el club se preparó para ello: “ahí empecé a intuir que podíamos repetir. Viajamos un jueves, dispuestos a dejar lo que fuera posible por ganar. Los chicos dejaron días de estudios en segundo plano, los que trabajaban se los pidieron, el Jockey era lo primero. Concepción fue muy hostil. Íbamos caminando a entrenar en medio de una lluvia de cenizas y gente, con ese acento tan especial, que nos decían que nos iban a ganar el viernes. Fue tremendo el público era muy fanático y se notaba que no eran de rugby. El partido fue nocturno y en una cancha de fútbol y a la mitad se cortó la luz. Fue toda una historia, estaba el profe Bulacio (otro tipo clave en el proceso) que los mantenía activos en la cancha, pero sin saber si se volvía o no jugar. Al final volvió y ganamos por tres (NdR: 34-31). Lo que me acuerdo perfecto fue que Molinuevo pateó un penal desde lejos, erró y terminó. ¡Explotamos todos!  

La final fue ante otro de los grandes del Interior, Duendes, que llegaba de eliminar en semifinales a Tala, el último campeón de Córdoba: “sabía que lo ganábamos. Fuimos a Rosario, y en la noche previa, con Nacho Seia, les pasamos un video motivacional que habíamos armado con Luchi Carrara, que nos ayudó y lo grabamos en un estudio cerca de la cancha de Belgrano. Inédito para esa época, los jugadores lloraban y al otro día los pasamos por arriba (NdR: 26-13). Los forwards fueron tremendos y Juan Blasco, espectacular (era un jugador de Trelew que fue a estudiar a Córdoba y hoy sigue muy amigo a la distancia). Ese día compartieron la cancha, desde veteranos como Nacho Ferreyra, el capitán del campeón del ’93 (clase ’64) hasta Nacho García (clase ’77) con muchos jugadores que representaron a las distintas camadas. Fue un proceso muy lindo de todo el club, forjado por dirigentes, entrenadores y las familias que conformaban la comunidad del Jockey Club de Córdoba”. 

Un goleador implacable 

José “Pepe” Luna trascendió los colores de Jockey. Gracias a sus actuaciones en el seleccionado de Córdoba y Los Pumas inscribió su nombre entre los grandes pateadores de la historia. Los 31 tantos por la Copa Latina, en 1995 ante Rumania, en el estadio de Ferro Carril Oeste, todavía se mantienen como un récord a nivel internacional. Recién en 2010, Felipe Contepomi logró igualarlo, cuando anotó la misma cantidad en la cancha de Vélez Sarsfield, ante Francia.  

Sus cualidades como pateador fueron los primeros recuerdos de una rica charla, dónde Jockey, el club que lo vio nacer y crecer, estuvo siempre en el centro de la conversación: “vivir cerca del club en esos tiempos te daba una ventaja o una inquietud para ir a practicar las patadas”. 

De chico acompañaba a su hermano más grande Víctor, que era el pateador. Luego al de la Primera, Antonio Busca Sust, que lo entrenó en sexta y al que Pepe le alcanzaba la pelota: “después empecé a patear sólo. Ponía la pelota recta y hacia adelante, con arena. Eso se lo copiaba al neozelandés Grant Fox, porque mi patada no era tan larga. Necesitaba darle más potencia y la arena me ayudaba. Andaba con un balde de albañil para todos lados, que me lo llevaba a mi casa, pasaba por alguna obra en construcción, lo llenaba con arena y la mojaba. En el ‘95 cuando me citaron Alejando Petra y Emilio Perasso, el Gringo me dijo: “¡vos no podés entrenar con eso!” y me regaló mi primer Tee, uno Gilbert amarillo. Lo acepté, pero en todo ese proceso seguí pateando con arena. En Buenos Aires tenía que buscarla cerca de alguna obra para llenar el balde y así pateé en esa serie de Ferro”.       

Luna fue un fullback de referencia en los años noventa, con un tiempo de centro hasta M15 y consolidado en el fondo de la cancha cuando integró los seleccionados juveniles y mayores. En Los Pumas jugó de wing los seis partidos de 1995 y de 15 los del Sudamericano del ‘97. En los últimos años en Jockey y en el proceso previo al Mundial de 1999 actuó como apertura.        

De aquel partido contra Rumania quedaron dos recuerdos muy simpáticos para José: “hacíamos dos jugadas con el wing, aunque yo era el pateador y Martín Terán el definidor. Si quedábamos mano a mano, la jugada iba para Martín. Pero en aquel partido el nueve fue Agustín Pichot, con quien tuve desde el inicio una excelente relación. Él venía de no jugar en el Mundial de Sudáfrica y se estaba ganando un lugar y nosotros éramos los nuevitos del interior. Era un desfachatado, simpático e inquieto, tanto dentro como fuera de la cancha. En esa jugada teníamos que cambiar de lado con Terán, pero él me dijo: ¡no, vos quédate acá que lo vas a hacer! ¡Y fue try!”. 

“La otra –continuó- fue que en esa etapa compartí la habitación con el flaco Jurado. En la última pelota ante Rumania, si yo corría derecho hacía el try, pero vi que la Bruja llegaba a mi lado, me la pidió y se la di para que hiciera el suyo. Y de esa patada esquinada llegaron los 31 puntos”.  

Del récord ¿cuándo te enteraste?: “recién en el campo de juego cuando me lo dijeron los periodistas. En esa época Los Pumas no hacían tantos puntos y para colmo venían del fracaso del mundial, entonces Salvat (el capitán) al principio pedía palos para sumar y consolidar el triunfo” (Argentina ganó 51-16 con cinco tries –valían cuatro puntos- una conquista de Luna, seis penales y cuatro conversiones). 

Cambio de mentalidad 

José es un típico producto de la formación de Jockey. En la década del setenta el club sufrió una refundación que tenía varios proyectos: desarrollar el rugby infantil, volver a salir campeones de Córdoba, que el club se conozca a nivel nacional y además, lograr tener jugadores en el seleccionado argentino. Cómo él lo definió: “fui el primer fruto de ese mega plan. Empecé a jugar a los cuatro años, formé parte del equipo que salió campeón del 93, gané los torneos del Interior y fui el primero de Jockey en un seleccionado, en los Pumitas de 1990, con Noriega, Fede Méndez, Sporleder, Promanzio, Fernández Bravo, Bouza, Arbizu, del Castillo, Quetglas. Después llegaron Viola, Gallopa, Álvarez Quiñones, que fueron parte de lo que se planificó”.  

“Nosotros logramos un cambio a partir de la década del noventa –destacó Pepe-. En esa época salimos un montón de veces subcampeones (nueve veces) pero no lo sentimos como un karma. Fue una etapa en la que se conjugaron varias cosas, las ideas de los entrenadores por cambiar el juego y las ganas del plantel para jugar. Y el recuerdo es que la pasamos bien así, jugando y ya sin depender tanto de un pateador”. 

La identificación con los colores lo demostraron hasta en los entrenamientos de Los Pumas. Así lo comentó Luna: “con Martín Viola siempre estuvimos involucrados con el club. En esa época no te daban ropa para entrenar, entonces, por decisión propia y en ese afán de hacer conocer a Jockey, nos pusimos de acuerdo y llevábamos tres juegos de camisetas del club para que la conocieran”.    

Cuando hablamos de los que marcaron su camino, no dudó en mencionar a su padre: “en mi caso fue mi viejo, Lito, que nos guió a los tres, a Víctor, Sebas y a mí. Él no jugó en el club, era de Villa María, pero nos inculcó la forma de cómo vivirlo. Durante 10 años recibió a los chicos de entre 4 y 8 años. Tenía un cuaderno escrito que le daba a sus alumnos que decía que Jockey era una enfermedad que no tenía vacuna, y así lo vivimos nosotros”. 

Cuando le preguntamos por su mejor partido la anécdota fue más allá de su gran actuación, porque también pudo ser la peor: “en el ‘93 empezamos la ronda final sin margen para el error. Estábamos cuartos sobre seis equipos, teníamos que ganar todo (nunca pensamos que podíamos ser campeones) y además entre Tala, La Tablada y el Athletic, tenían que ganarse entre sí. Comenzamos y superamos a Tala y Palermo Bajo. Y el partido con La Tablada lo ganamos 28-27 con todos los puntos míos. Si te dijera cuál fue el mejor partido de mi vida, te diría ese. Pero con un dato no menor, que casi lo pierdo yo. En la última jugada, con el tiempo cumplido, ellos patearon una pelota larga y sólo tenía que anularla. Pero como estaban lejos esperé que vinieran para hacer más tiempo. El árbitro era Miguel Peyrone, que todavía se acuerda de esta situación. Entonces, para demorar más hasta que pitara el final la pateé, con tanta mala suerte que un compañero que estaba delante de mí, la agarró y la anuló. Fue una situación tan rara que era penal en contra, y con eso La Tablada ganaba, pero Miguel cobró scrum cinco y pudimos zafar. Así como fue mi mejor partido, por los puntos que anoté, pudo ser el peor, porque por mi error lo pudimos perder”.  

Entre los duelos inolvidables, Luna recordó la semifinal del ’99, en Huirapuca: “fue tremenda por la gente, parecía un partido de fútbol” y un empate ante Plaza por el Nacional de Clubes de 1998, que perdieron por muerta súbita (NdR: 45-40). Y entre sus preferencias en el puesto, el nombre del francés Serge Blanco ocupó el primer lugar en el podio. 

Para finalizar, Pepe destacó los que para él fueron los nombres que sobresalieron en Barrio Jardín: “para mí, el mejor jugador del club fue Martín Viola. El que más trascendió, el turco Alejandro Allub, que fue elegido mejor segunda línea del Mundial ’99 y el que más representó al club fui yo, porque como pateaba, todos me conocían como el pateador de Jockey”.  

Este es un capítulo más en la historia del club de la herradura, contada por sus protagonistas. Con lazos que forjaron sus referentes y que ya forman parte del anecdotario de la institución de Barrio Jardín. Que hoy vive un presente pujante, apoyados sin lugar a dudas por los que los precedieron y marcaron el camino. 



Fotógrafo: Gentileza de Lucas Pautasso, José "Pepe" Luna y Guillermo Maldonado

Fuente: Hernando De Cillia

Galería de Imagenes