Si buscáramos el significado de la palabra resiliencia en cualquier diccionario o página web, debiéramos encontrar la imagen de Diego Elías acompañándolo. Probablemente pocas veces una definición es tan ilustrativa de una persona: “La capacidad de afrontar la adversidad para seguir proyectando el futuro”.
Diego Elías se accidentó hace veintiséis años, cuando jugaba un partido amistoso para su querido Universitario Rugby Club de Tucumán. Desde esa lesión hasta el día de hoy tuvo que pasar por momentos durísimos en su vida, situaciones que para la mayoría de las personas transformaría el seguir en una tragedia, pero junto con la compañía de su padre Antonio supo salir adelante, darle sentido a cada uno de sus días y ser el ejemplo más concreto de superación que uno puede imaginar.
Hoy con cuarenta y cinco años trabaja en la Universidad Nacional de Tucumán, es abogado, procurador, mediador, escribano y ejerce su profesión en los Tribunales de su provincia. Si quieren saber cómo se hace para honrar la vida, basta con leer esta historia de superación de Diego Elías… una persona que venció todos las piedras que se le fueron poniendo en el camino para llegar a ser lo que es: Un luchador empedernido que no se dio nunca por vencido, que quiere seguir creciendo y demostrando que como alguien dijo alguna vez “pucha que vale la pena estar vivo”.
UNA LESIÓN IMPENSADA
Corría el 13 de Marzo de 1994, “Uni” jugaba un partido amistoso con el Jockey Club de Rosario. Ese mismo día Diego había cambiado de posición en la cancha y “en un golpe totalmente fortuito, una jugada en donde no hubo mala intención de nadie, caí mal; el jugador contrario cayó justo sobre mi espalda y quedé automáticamente cuadripléjico”, comienza contándonos Diego. Y prosigue: “Nunca perdí el conocimiento, tuve la suerte de pedir que no me movieran, ni me tocaran, porque ya me había dado cuenta que lo que tenía era muy grave. Sentí como que el cuerpo se me apagó en el momento. Por fortuna no perdí la conciencia, porque si me hubieran movido creo que no estaría hoy contando mi historia”, confesó en el inicio de la conversación.
LAS PRIMERAS DECISIONES Y LA INEXPERIENCIA POR EL DESCONOCIMIENTO MÉDICO
“Antes era otro mundo, no solo en lo que se refiere al rugby, acá en Tucumán (y en el interior del país, en general) teníamos una frase que refleja una situación global que se repetía siempre: ‘Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires’.
“El médico que me operó, quien me salvó la vida y a quien le estoy eternamente agradecido, un poco improvisó esa cirugía, que en su momento la sacó de la galera, y que me sirvió por un tiempo. Porque acá en Tucumán no había experiencias con cuadripléjicos, con lesiones tan severas que hayan sobrevivido y tuvimos que aprender mucho a través de los propios errores. A mí me operaron y me decían que tenía un diez por ciento de posibilidades de salir con vida de la cirugía, se tomaron algunas decisiones que yo creo que fueron acertadas, porque cuando me intervinieron me dijeron que me tenía que tratar, que si salía de la operación iba a pasar unos días en terapia intensiva. La operación salió bien, pero me sacaron de la terapia casi en el acto, porque el médico prefería que yo siga con el buen estado anímico que tenía, ya que eso era fundamental para seguir adelante. Hoy en día sería totalmente descabellado hacer eso, pero bueno, en ese momento se tomaron muchas decisiones juntas”, subrayó el hoy abogado tucumano.
Y continúo detallando cómo fueron los pasos que siguieron: “Los primeros diez días yo estaba con una tracción, tenía cuatro tornillos con un aro en la cabeza (era una especie de corona) con treinta kilos que tiraban para atrás y tenían el propósito de acomodarme los huesos, de poner la columna de nuevo en su lugar, porque estaba desplazada. Eso funcionó muy bien, y luego me operaron para fijarme la columna. Pasé un mes en el sanatorio y me mandaron a casa. Pero cuando fuimos para allá no nos explicaron nada, nadie nos preparó, nosotros no sabíamos y creo que los médicos tampoco, por la falta de experiencia, por no haber tenido nunca un caso como el mío que había que hacer estando en mi hogar. Así a los cuatro días empecé a tener problemas respiratorios, y debí volver de urgencia a terapia intensiva”, recuerda Diego.
“Ahí mi viejo hizo un clic y entendió que yo no podía quedarme en Tucumán, justamente por esa falta de experiencia de los doctores con casos como él mío, y apenas me mejoré un poquito me llevó a una clínica en Córdoba, en Tanti. Allí también hicieron un trabajo fantástico, estuve casi un año, pero no de corrido. Cuando se cumplieron dos meses, me mandaron a mi casa por quince días y después volvía, así fue la primera etapa”.
CUBA, LA REAHABILTACIÓN SOÑADA Y OTRO DURO GOLPE
Luego de muchas idas y venidas a clínicas, y de pasar la mayor cantidad de tiempo en una cama desde la lesión, cuando volvió de Córdoba a Diego se le presentó la posibilidad de viajar a Cuba, a hacer la rehabilitación en donde el soñaba con que podía mejorar su estado y hasta volver a caminar o mover sus brazos. Así nos contó esa experiencia: “Mi viejo se tenía que quedar en su negocio para enviarme el dinero necesario, que era mucho; por eso viajé con un enfermero que me cuidaba en esa época. Al cuarto o quinto día de estar allá me visitó un grupo de médicos del departamento de cirugía del sanatorio cubano y me mostraron una de las placas que me habían sacado del cuello. En el acto me di cuenta que había un problema serio. La operación que me habían hecho en Tucumán había resistido un tiempo, pero los alambres con los que me habían atado la columna se habían soltado y tenía dos o tres vértebras que se estaban aplastando. Incluso los médicos me decían que no sabían cómo había llegado vivo a Cuba durante el largo viaje, que mi vida estaba corriendo peligro y cualquier pasaje que me hacían de la cama a la silla podía hacer que me desnuque y muera en el acto. Me explicaron que lo mejor para mí en ese momento era volver a mi país, operarme y recién después de eso regresar a Cuba para hacer la rehabilitación.
Cuando me dijeron eso, fue un golpe muy fuerte, te diría que fue un golpe de knock out; porque yo iba con la mentalidad de que si hacía las cosas bien en Cuba podía volver moviendo las manos o caminando si Dios me ayudaba, y me estaban tirando un baldazo de agua fría. Los doctores me plantearon como segunda posibilidad operarme con ellos, pero me avisaban que la cirugía era muy riesgosa y que tenía solamente un cinco por ciento de chances de salir con vida del quirófano”.
Luego de esa triste noticia que recibió, solo acompañado por su enfermero y sin la presencia de su papá, Diego Elías lo llamó de inmediato para explicarle toda la situación y pedirle una autorización que le solicitaban los médicos cubanos para poder operarlo allí.
“Mi viejo Lo primero que me dijo es si estaba loco, que me volviera urgente a Tucumán y que allí veríamos como seguir adelante. Pero yo sabía que en Tucumán no me iban a poder operar y era navegar a ciegas. Por eso me puse firme, tomé la decisión y lo convencí a mi viejo. Le dije que era una oportunidad única, que ya estaba ahí y que quería aprovechar el viaje y a los médicos y su experiencia”. Entonces mi papá firmó la autorización y me operaron”, relata Diego.
UNA OPERACIÓN A TODO O NADA CON SU VIDA EN JUEGO
“Los dos días del post operatorio fueron muy duros, la primera noche estuve con un respirador automático, pero despierto y la verdad fue terrible. Pero luego que superé esos dos días, todo empezó a mejorar; los cubanos tenían mucha experiencia en casos como el mío y a la semana de haberme operado ya estaba sentado en mi silla de ruedas, haciendo la rehabilitación. Avancé muy rápido, ya había pasado lo peor hasta ese momento”.
Diego sigue contándonos cómo concluyó su viaje a Cuba: “Seguí rehabilitándome allí, pero no tuve la suerte de recuperar movimiento alguno. Yo soy cuadripléjico, no muevo los brazos ni las piernas, dependo totalmente de otra persona. Me tienen que dar de comer en la boca, tengo incluso problemas respiratorios, ya que poseo solo el diez por ciento de la función respiratoria de una persona normal; así que una gripe me manda a terapia intensiva. Pero lo positivo del viaje a Cuba fue la cirugía, que hasta el día de hoy está perfecta. Yo tengo la columna alineada, no tengo ningún problema óseo, así que fue muy importante mi decisión y la operación en ese sentido”.
SIN PROTECCIÓN NI DINERO Y PELEANDO CON EL DESAMPARO CARA A CARA.
Diego describió que cuando tuvo el accidente no estaba sancionada todavía la Ley 24.901 que es la de protección en lo que se refiere a salud para las personas con discapacidad. La misma se sancionó tres o cuatro años después. Así que en todo lo que era cobertura de salud, estaban “huérfanos” en esa época y tenían que afrontar los costos, que eran enormes de su bolsillo. Y continuó contando: “Mi papá antes del accidente era comerciante, teníamos una situación económica bastante cómoda, creo que gracias a eso es que hoy estoy vivo, porque de otra forma no hubiese tenido acceso para ir a Córdoba, a Cuba y hoy no estaría aquí. Pero lamentablemente eso le costó a mi viejo con el tiempo su negocio. Cuando regresé a Tucumán ya la situación nos había golpeado muy fuerte por el lado económico, el negocio de mi papá estaba en sus últimos alientos y pasaron unos meses y tuvo que cerrarlo”, recuerda compungido
A la dura situación económica que estában viviendo, se les sumó que Diego empezó a tener varios problemas de salud, del tipo neurológico, que antes no habían aparecido. Al día de hoy aún algunos persisten y no sabe porqué le aparecieron; pero con el tiempo ha aprendido a sobrellevarlos, a tratarlos más que por un método científico, por un método empírico. Gracias a los conocimientos de otros casos, ha aprendido mucho por internet, viendo el sitio web del Hospital Militar Estadounidense, y con situaciones de tratamiento de los soldados de la guerra y tomando esos casos como ejemplo pudo salir adelante.
SIN RECURSOS, PERO CON UN PAPA ENORME LUCHANDO A SU LADO PARA SOBREVIVIR
En relación a esos problemas, pasó a detallarnos los momentos más duros que tuvieron que vivir con su papá: “los primeros años, posteriores a la vuelta de Cuba fueron muy difíciles, porque no sabíamos nada, me pasaba siete u ocho meses de un año internado en algún sanatorio u hospital y producto de eso mi viejo tuvo que dejar de trabajar. Perdimos la casa e incluso hubo un quiebre en la familia, nos quedamos los dos solos. En un momento fuimos a vivir a una pensión, en una pieza de dos por dos y pasamos varias navidades y años nuevos comiendo un sándwich de salame, porque no había para más. En esa época mi papá me ponía a las cinco de la mañana en la silla de ruedas y nos íbamos a los hospitales públicos. Él empujaba la silla por veinte o treinta cuadras, para pedir remedios y cuando los conseguíamos teníamos uno de los problemas solucionados”, reflota de su memoria Diego.
Además recordó que en ese tiempo, cuando era más chico, le dolía y le daba vergüenza contar esta situación, “pero es la realidad: Pasamos algunos períodos largos con hambre, porque no teníamos para más, la situación económica era crítica. Comíamos un sándwich de milanesa al mediodía, lo partíamos en dos y mi papá siempre me daba la parte más grande a mí; y teníamos que pasar hasta el otro día solo con eso”, relató Elias.
NO TENGO NINGÚN CONTACTO CON MI MADRE
Consultado acerca de la relación con su madre, Diego señaló: “Cuando tenía tres años, mis padres se separaron y en la primera audiencia ante el juez, mi mamá me entregó directamente. Es una situación que no me duele contar, porque nunca la tuve, no tengo el sentimiento y cuando la veo para mí es una extraña. No hay esa relación que me imagino que tiene cualquier hijo con su madre. Ella apareció después, cuando tuve el accidente, un tiempito y luego volvió a desaparecer. Lo mismo hace siete u ocho años y desde ahí que ya no la vi más
UNIVERSITARIO Y UNA RELACIÓN EXTRAÑA CON EL CLUB DE SUS AMORES
Diego contó que cuando tuvo el accidente, y durante el primer mes - porque luego se fue a Córdoba- tuvo el apoyo del club, más que nada desde lo emocional. Iban todos los días al sanatorio, incluso lo hacía el Presidente del club (que había sido entrenador de él cuando tenía quince años). “Pero también hubo algunas situaciones un poco extrañas”, comentó. “Por ejemplo, quien era mi entrenador en ese momento, que había jugado con mi papá, me fue a ver una sola vez y nunca más, ni me llamó por teléfono. Después una vez lo crucé en el club, lo saludé, pero como que no quería acercarse o no lo intentaba; no sé porqué, nunca lo supe. Después con la estadía en Tanti, Córdoba y el viaje a Cuba donde estuve seis meses, cuando regresé a Tucumán ya hubo como un alejamiento y yo volví a ver a la gente del club solo cuando iba a ver los partidos”, recuerda el protagonista algo triste.
“Fui durante mucho tiempo a ver partidos, hasta que mi salud y la situación económica me lo impidieron; y ahí ya se cortó la relación totalmente y quedó todo muy frío”, remarcó con nostalgia. Además destacó que inclusive al día de hoy tiene invitaciones permanentes de otros clubes para entrenar divisiones juveniles, y que con su club la relación actual es muy fría. “Es una situación que a mí me duele bastante, porque yo digo que nosotros podemos cambiar de mujer, de religión, de trabajo, pero la camiseta del club del que somos hinchas no la cambiaremos nunca. Creo que no hay mala intención, pero sí faltó educación y hombría de bien. Sigo siendo hincha del club, si puedo voy a verlo cuando juega de visitante; de local no, pero bueno, es lo que hay…”, concluyó apesadumbrado.
‘HAY UNA FUERZA MOTRIZ MÁS PODEROSA QUE EL VAPOR, LA ELECTRICIDAD Y LA ENERGÍA ATÓMICA: SE LLAMA VOLUNTAD’
En el año 2007 Diego y su papá todavía estaban viviendo una situación económica bastante mala y él joven Elías decidió comenzar a estudiar, a distancia por la realidad económica fundamentalmente pero además por sus problemas de salud. Un amigo (Nicolás Avellaneda), en aquel entonces Presidente de Tucumán Rugby, le hizo dar una beca completa en la Universidad Católica Argentina. La UCA, una facultad privada. “Siempre digo que me firmaron un cheque en blanco, porque yo llevaba doce años de accidentado en donde no había tocado ni un libro. Decidí cambiar de rubro y estudiar abogacía, me dieron un régimen no presencial, iba solo para rendir los exámenes finales. Los primeros dos años fueron muy duros, porque no tenía una base jurídica; en mi casa todos eran economistas. De hecho antes del accidente había estudiado el primer año para ser contador. En esa época le pedía a mi viejo que a las seis de la mañana me acomode en la silla, me hiciera un desayuno rápido y me pusiera frente a los libros en un atril para que yo soplando diera vuelta la hoja y estudiara. Después hacíamos una pausa para almorzar, a la tarde-noche tomaba una merienda y paraba de estudiar recién a las doce de la noche. Eran todos los días así, no había sábados, domingos, feriados ni nada. Yo me había preparado mentalmente para eso, sabía en lo que me estaba metiendo y que era la única forma de hacerlo. Gracias a Dios durante el tercer año empecé a notar un cambio, ya el esfuerzo que tenía que hacer no era tan grande, había hecho una base, tenía la gimnasia, el vocabulario y bueno, me recibí en tiempo y forma de abogado, procurador y mediador. Después hice ocho meses más para recibirme de escribano y me entregaron la medalla al segundo mejor promedio de abogacía de la Universidad, cosa que no me esperaba”, rememoró con satisfacción. Y continuó repasando “la facultad fue una etapa muy linda para nosotros – incluye a su papá Antonio - , porque fue como volver a la sociedad. Nos hicimos amigos de todos mis compañeros, de las autoridades de la Universidad, son vínculos que duran para toda la vida”, reflexiona Diego.
Al día de hoy, Diego Elías trabaja en la Universidad Nacional de Tucumán, ejerce la profesión en los Tribunales locales y federales, generalmente hace más que nada derecho de la salud y de la discapacidad, porque es la parte que más le gusta y también participa en política como Presidente de la Comisión de Disciplina de un partido político. “Lo que más me reconforta a mí es que durante muchos años fui un lastre para mi viejo, no solo se tuvo que ocupar de mí, sino de traer la comida a casa. Hacía malabares de verdad, y hoy en día ya no labura, porque por suerte puedo mantener la casa yo, con mis ingresos, con mi profesión”, contó muy orgulloso Diego.
UN CONTRATO PARA TODA LA VIDA
Diego recordó una situación delicada, como resaltándola del resto de la charla, y señaló: “Con mi viejo hicimos un acuerdo verbal hace mucho tiempo, dijimos que seríamos socios. Pero ojo, socios no solo en las buenas, sino también en las malas. Y eso fue muy importante, porque en las malas uno ve quién está al lado tuyo y quien vale como ser humano”. Y agregó, “nosotros, pese a lo que pasamos, coincidimos en que no vivimos la vida como una tragedia, sino todo lo contrario. A nuestro estilo, con las cosas que nos gustan hacer, yendo a ver rugby o viendo a los Jaguares por televisión, somos felices. Intentamos salir, ir al centro, juntarnos con amigos a tomar un café, ver rugby, extrañamos mucho los partidos del Campeonato Argentino. Era nuestra época favorita del año”.
EL REFLEJO DE LA FUAR Y SU AYUDA A LOS LESIONADOS EN UN PAR DE ANÉCDOTAS
“Mi viejo siempre me atendió y estuvo a mi lado, hasta que hace dos años tuvo un infarto y le pusieron dos stent. Yo quedé prácticamente solo, sin saber qué hacer. Mi obra social no me podía dar el servicio de asistente terapéutico, porque económicamente estaban muy mal. En realidad podían dármelo, pero me lo pagaban recién a los seis meses de que les pasara lo facturado por la persona que me debía cuidar y yo todavía no tenía una realidad económica suficiente como para poder aguantar todo ese tiempo. En ese momento lo llamé a Nacho Rizzi (actual Gerente de la Fundación), le conté cuál era mi situación y en el acto levantaron la mano y me dijeron que no me preocupe, que ellos me bancaban esos seis meses para que pueda pagar. Imaginate lo que fue para mí, en ese momento en el que sentía tanta desesperación, entre que perdía a mi viejo y no sabía qué hacer. Tener esa respuesta en el acto de parte de ellos, fue un alivio”.
Y continuó describiendo a la FUAR con una comparación: “Yo le digo a Nacho (Rizzi) que la Fundación es como si nosotros, los lesionados, fuéramos unos equilibristas del circo, porque tenemos una red de contención abajo, que ante cualquier problema ellos levantan la mano y están ahí.” Y pensando en los chicos lesionados, añadió: “reconforta mucho saber que no van a tener que pasar por lo que pasamos algunos de nosotros. La verdad que es algo que me da mucha tranquilidad”. Y recordó que hace un tiempo uno de los chicos lesionados necesitó un respirador y la Fundación en unos segundos se lo consiguió. Respecto a eso, agregó: “es muy emocionante para nosotros ver que las cosas se hagan así, con tanta diligencia y rapidez, porque no hacerlo puede llevarse una vida. Y la vida es muy preciada, por más que haya una situación de cuadriplejia, de los malos tiempos, para mí seguir vivo es muy importante”, resaltó Elías.
Además explicó que lo que hoy hace la FUAR, no es solo con el apoyo económico y con decir presente ante las necesidades, sino con el hecho de visibilizar y crear conciencia. Eso es muy importante, porque ya no solo es la Fundación la que levanta la mano, sino todo el rugby argentino en general. “Antes se ignoraba la situación en la que vivíamos nosotros los lesionados; porque de eso no se hablaba. Ese tema no se tocaba, era un tabú y hoy en día ya no es así. Yo agradezco que Ustedes me hagan esta nota, que nos pongan en carpeta para que nos conozcan y la gente sepa lo que vivimos, lo que pasamos. Es muy importante para nosotros porque por ahí llega todo el apoyo afectivo”, concluyó.
EL EMOTIVO MENSAJE DE DANIEL HOURCADE
Como regalo sorpresa, desde Rugby Champagne nos comunicamos con “el Huevo” Daniel Hourcade, ex Head Coach de Los Pumas y actual Gerente de Alto Rendimiento de Sudamérica Rugby para que sabiendo de la admiración de Diego Elías por su figura le dejara un mensaje: “No quería dejar pasar la oportunidad de estar en esta nota y dejarte un mensaje para la gente que la escucha, del ejemplo que sos y de todo lo que nos enseña este deporte. A no desistir jamás y hacer frente a cualquier adversidad. Sos un cabal ejemplo de esto por como afrontaste tu adversidad y la seguís afrontando día a día desde hace tanto tiempo. La verdad que es admirable y no dejo de alegrarme por vos, por esa entereza que tenés, por esa fuerza y pujanza que le ponés a todo. Y lo que lograste no es casualidad, es producto de todo eso y un poco lo que mínimamente nos encantaría que todos podamos hacer a través de este deporte. Creo que sos el fiel ejemplo para eso”, expresó el Huevo Hourcade con mucho cariño y admiración por Diego.
Sin lugar a dudas la historia de vida de Diego Elías y su papá Antonio es un ejemplo de superación, esfuerzo y poder seguir adelante sin nunca darse por vencidos a pesar de los obstáculos y aunque todo parecía desvanecerse.
Para cerrar la nota y como dice el título de la misma elegimos algunas estrofas de la canción de Eladia Blazquez “HONRAR LA VIDA” para reflejar más que nunca la historia de Diego.
… “Merecer la vida es erguirse vertical, más allá del mal, de las caídas... Merecer la vida no es callar y consentir, tantas injusticias repetidas... Es una virtud, es dignidad y es la actitud de identidad más definida…! Es igual que darle a la verdad y a nuestra propia libertad la bienvenida… Eso de durar y transcurrir, no nos da derecho a presumir, porque no es lo mismo que vivir”: ¡HONRAR LA VIDA!..
Fuente: Micaela Medina, Hernando De Cillia y Jorge Ciccodicola