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Un año sin Fernando Báez Sosa y el rugby que se hizo cargo

Un año sin Fernando Báez Sosa y el rugby que se hizo cargo

¿Quién mató a Fernando Báez Sosa?. La respuesta no cae lejos de un grupo de inadaptados sociales o una patota de rugbiers devenidos en asesinos. También podríamos decir que a Fernando lo mataron la inacción de las autoridades, la indiferencia y falta de solidaridad de los pasantes casuales, la cultura del descontrol adolescente como algo deseado y la violencia intrínseca de nuestra sociedad.

Todos motivos que no por ser menos válidos son una invitación a recorrer el camino de echarle la culpa al otro y mirar para otro lado en lo que es para los argentinos casi un deporte nacional.

Por otra parte simplificar lo ocurrido como un hecho aislado de un sector o club determinado, como tantas veces se hizo, hubiese sido de parte de la UAR y sus uniones regionales casi un acto de complicidad. El Rugby debía hacerse cargo de una buena vez de lo que sucedió.

Así, la Unión Argentina de Rugby lanzó el programa “Rugby 2030, hacia una nueva cultura”. Un programa interdisciplinario dirigido por el Dr. Raúl Calvo Soler y su equipo de trabajo que tiene como objetivo reconocer, responsabilizar y resolver la conflictividad relacionada con el rugby. La iniciativa abarca 24 módulos y busca crear una nueva cultura para reducir la violencia en todos sus aspectos.  “Rugby 2030” involucra a las 25 uniones afiliadas y a los más de 500 clubes. Los módulos están destinados a directivos, entrenadores, jugadores y familias. El enfoque es amplio y pretende llegar a todos los sectores.   

Por su parte la Unión de Rugby de Buenos Aires, una de las más importantes del país, presentó en Marzo la Comisión FIMCO (Comisión de Fortalecimiento Integral y Mejora del Comportamiento). La Comisión conformada por Martín Carrique, Luis Martín Herrera y Facundo Sassone, cuenta con el asesoramiento del Psicólogo Social Miguel García Lombardi y tiene como objetivo erradicar los comportamientos violentos, discriminatorios e irrespetuosos en el ámbito del rugby, tanto dentro como fuera de los clubes.

Sin embargo para que los mencionados programas puedan desarrollarse, era esencial que los clubes hicieran su parte. Que la gente del rugby hiciera un mea culpa y desde el lugar que les toque ocupar dejar de lado esas actitudes negatorias, egoístas y soberbias para abrir las puertas de sus instituciones; pero por sobre todo abrir sus mentes, atreverse a desafiar un status quo que en sobradas oportunidades causo daños, algunos irreparables como la vida de Fernando en aquel fatídico y cruel asesinato.

Y ahí aparecieron los clubes y comenzaron a responder. Fue unánime la idea de que algo debía hacerse, que las acciones valen más que las palabras, que siempre se puede mejorar, que hay que escuchar y aprender de los que más saben. Ni más ni menos que los valores siempre prodigados pero en otro contexto. Así, cada club designó a un coordinador y referente para trabajar en conjunto con la comisión e involucrar desde el fuero íntimo de los clubes a su gente.

El rugby como nunca fue estigmatizado por lo ocurrido. Lo que otrora fue un deporte sectario y elitista, hace tiempo que se ha abierto a la diversidad y una prueba de ello como ejemplo es el crecimiento del rugby femenino así como también la confirmación de equipos de rugby social (Virreyes R.C), de rugby carcelario (Proyecto Espartanos), de rugby para chicos de habilidades mixtas (Pumpas XV) y de rugby de personas de diversidad sexual (Ciervos Pampas), por citar algunos ejemplos.  

Durante la Pandemia de COVID, miles de personas de un centenar de clubes en todo el país realizaron los más variados actos solidarios. Desde poner a disposición sus instalaciones con fines sanitarios y de seguridad hasta organizar campañas de donación de sangre o suministrar alimentos y ropa a quienes lo necesitaran. Sin embargo, el esfuerzo de miles por hacer las cosas bien no tuvo la repercusión que si tuvieron esos diez inadaptados haciendo las cosas muy mal. 

Mucho se ha dicho sobre el rugby desde la ignorancia supina de quien opina sin saber y ese estigma también es algo con lo que la gente del rugby debe lidiar. Es infame, pero de alguna forma justificado.

La Pandemia de COVID y el aislamiento atentó en parte contra la presencia en los talleres mencionados, pero los programas no se detuvieron y la respuesta de la gente del rugby tampoco. Muchos chicos adolescentes y pre-adolescentes entendieron que pueden moverse juntos en la vida como en la cancha, pero que las acciones en masa o en manada pueden y deben tener individualidades internas que pongan límites sin que eso afecte los parámetros de aceptación en un grupo. Las autoridades también entendieron que deben fijar reglas internas como por ejemplo las de control en un tercer tiempo. Los entrenadores y las familias entendieron que pedir vehemencia en el juego no debe confundirse con  violencia, que “tacklealo” no es lo mismo que “matalo”, que las agresiones por pequeñas que sean no tienen nada de épico y que mucho menos deben relatarse como gracias. Todas pequeñas cosas que estaban allí, escondidas, incorporadas como normales y que juntas son el caldo de cultivo de monstruos como los que le quitaron la vida a Fernando Báez Sosa hace un año. 

Para Fernando y su familia ya es tarde, que no lo sea para mejorar; y que su muerte sea el punto final de una cultura nefasta y el comienzo de una mejora real del comportamiento.



Fuente: Darío Procopio - Rugby Champagne.