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Las cosas por su nombre

Las cosas por su nombre

A un año del asesinato de Fernando Báez Sosa, Miguel García Lombardi, Psicólogo Social FIMCO, de la URBA; opinó sobre el tema.

El rugby sintió vértigo ante el hecho y no quiso o no pudo nombrar por el adjetivo que correspondía el asesinato de Fernando Baez Sosa.  

Fernando, estudiante, jugador de futbol y vóley, deportista responsable. Con novia y buen hijo. El único e irremplazable para sus padres. Ellos sufren casi en silencio y con firme reclamo de justicia el único dolor que las culturas no pueden nombrar. Las sociedades tienen como denominar al que pierde a sus padres o esposos. Pero no hay nombre ni adjetivo que pueda definir el dolor de un padre o una madre ante la pérdida de un hijo. 

Nombrar alivia, ayuda a simbolizar, a comprender la realidad de los golpes de la vida. Para nuestra cultura la muerte de un joven, de un hijo, es algo que implica tanto dolor que no hay palabra que lo defina. 

Las instituciones tienden a repetir, a reproducirse a partir de imágenes propias que reflejan lo que quieren ser, o lo que creen que son. Durante años, los actores del rugby declamamos que el nuestro era un deporte de valores, y de valores “mejores, superiores” que el de otros deportes. 

Declamamos dirigentes, entrenadores, jugadores, psicólogos deportivos. Repetimos un relato de ser los mejores y nos olvidamos de trabajar para serlo mientras nuevos problemas se instalaban en nuestros clubes.  

Crecimiento, falta de preparación de entrenadores voluntarios, dificultades de incorporar personas externas con otras miradas. La endogamia del rugby impidió que otras disciplinas lo mejoraran, permitieran poner en la agenda temas claves como la violencia, permanente en los boliches de los sábados, permanente en los bautismos denigrantes, en los bancos de entrenadores y suplentes, y también en las tribunas que poco a poco perdieron ese respeto del que el rugby hacía su bandera.  

Los insultos pasaron a estar muy presentes, los gritos destemplados, la falta de respeto al referee y a los otros clubes amigos también. El rugby había bajado la guardia frente a esos problemas y la levantaba solo para pelear…  

Todo el esfuerzo de los clubes estaba destinado al juego, a lo técnico, o a la preparación física. En un deporte de valores, las charlas grupales o con un psicólogo o una nutricionista tenían que ser fuera del horario de entrenamiento.  

Lo central era el juego. La dimensión humana, la formación psicológica, de comportamiento, de relación, respeto y solidaridad preocupaba, en el mejor de los casos, para mejorar el juego.  

Pero lo técnico se llevó todos los esfuerzos a la par que la competitividad de los torneos aumentaba. Aquel juego de valores puso su eje en el juego y la técnica, los valores quedaron en obvios. Dimos por sentados que los valores estaban... 

La institución rugby demoró unos meses en llamar a las cosas por su nombre, porque eso significaba dejar de sentirse los mejores, los distintos y asumir que no solo teníamos problemas, sino que los mismos podían devenir en asesinatos. 

Durante años el rugby miró para el costado, metió bajo la alfombra, se hizo el distraído y nunca puso en su agenda el tema de la violencia de muchos de sus jugadores. Cientos de peleas, en algunos clubes fueron casi un ritual. Hubo muchos avisos antes del asesinato de Fernando. Quién no quiere ver no ve lo obvio. Porque nunca hay nada obvio.  

La URBA dejó de mirar para el costado y se hizo cargo de la situación. Los clubes y sus dirigentes generaron grupos de trabajo con la consigna de mejorar, de cambiar, de “miremos para adentro”, “seamos responsables, hagámonos cargos y resolvamos nuestros problemas”. 

La pandemia ayudó ante la parálisis del juego a poner en la agenda la violencia. Se realizaron 80 talleres dedicados al tema por los que pasaron 8.000 personas. En esos talleres muchos jugadores, entrenadores, dirigentes dijeron: “por centímetros no tuvimos nuestro asesinato”.  

No hay consuelo para los padres dolientes. Pero si ellos supieran que tras el asesinato de su hijo las instituciones del rugby en su mayoría están revisando todo lo relacionado a la formación de los jóvenes, entrenadores y dirigentes; seguramente aliviarán un poco su inmenso dolor.  

Las sociedades cambian. La sociedad argentina le pidió al rugby que se hiciera cargo. Las instituciones son lentas decíamos, pero primero la URBA, la UAR y los clubes no solo tomaron nota sino que dijeron “tenemos un problema”. 

En realidad, tenemos muchos problemas. Es el primer paso. Necesitamos deconstruirnos, mirar nuestra realidad y de la sociedad con la que queremos compartir nuestro juego en una forma diferente. 

Estamos revisando ideas patriarcales muy metidas en nuestra cultura, los conceptos de masculinidad hegemónica, de discriminación social, política, religiosa y de violencia de género; revisamos las situaciones de bullying, las formas y métodos de los apodos y los bautismos degradantes que ya fueron prohibidos, productos de este trabajo. 

Decenas de clubes han hecho talleres. La URBA pedirá planes de mejora en el comportamiento y colaborará con cada uno de los clubes. Hay programas de trabajo iniciados con organismos dedicados a estos temas, hay preocupación, temor, miedo a que estas situaciones se repitan. El capitán de un equipo del Top 12 dijo en uno de los talleres: “vamos a tardar 10 años en cambiar”. 

La muerte de Fernando nos interpeló. Nos generó un antes y un después. Llegamos al 8% de los jugadores. Recién empezamos el trabajo y hay mucho por hacer. 

En la calle 3 de Villa Gesell, en el cantero del árbol próximo adonde mataron a Fernando hay flores de metal en homenaje a su vida. Chicas, grandes, diversas. El rugby debería haber incluido a Fernando, porque al rugby juegan el chico y el grandote, el gordo y el flaco, el veloz y el lento, el  habilidoso y el tosco. La esencia deportiva del rugby es la inclusión, no la separación y  no la cosificación del otro como si fuera un enemigo. 

“Caducó” fue la palabra que uso uno de los asesinos cuando informó por Whats App que no lo habían podido revivir a Fernando.  

Nunca más debemos discriminar, insultar, menospreciar, mirar de costado a nadie que no sea parte de nuestro deporte. Nunca más debemos creernos superiores. Nunca más debemos expresarnos con términos violentos, con arengas de combate, con metáforas de guerra. Está a la vista que todas estas cosas mezcladas pueden generar cocktails explosivos de discriminación, de violencia, de cosificación en comportamientos de manada, de muerte en lugar de vida. 

Desde marzo hasta diciembre repetimos con Martín Carrique, Luis Martín y Herrera y Facundo Sassone, los miembros del equipo nuevo que la URBA armó, que el trabajo que estábamos haciendo había comenzado por el asesinato de Fernando. Y que por él y por su nombre y el de sus padres asumíamos el compromiso de trabajar y mejorar para que nunca más un jugador de rugby se vea envuelto en un hecho de violencia y mucho menos en otro asesinato. 

Estamos en eso. Con vergüenza, con dolor, con responsabilidad, con la convicción de que lo más importante no son los deportes ni las instituciones, sino la vida de nuestros jóvenes, allá vamos. 


Miguel García Lombardi - Psicólogo Social - FIMCO URBA